El remanente de israelitas que regresaron del cautiverio iniciaron con mucho ánimo la reconstrucción del templo de Jerusalén. Pero pronto cayeron en crisis: se desanimaron y desesperaron debido a que dudaron de Dios.
Esa crisis se agudizó en las generaciones posteriores, pues los israelitas llegaron a menospreciar el culto a Dios, reteniendo los diezmos que debían entregar al templo y entraron en una espiral de relajamiento moral que provocó el resquebrajamiento de las familias.
Ante esa crisis de fe, Dios levantó a dos profetas valientes que enfrentaron al pueblo con la palabra divina, que es la única que tiene respuesta para cualquier tipo de circunstancia. El remanente tuvo que volver a la prioridad básica, que es la obediencia a la palabra divina.
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