Los creyentes tenemos mucho que aportar en este mundo de gente sola.
El ser humano está hecho para vivir en comunidad, no en soledad. Las relaciones son uno de los regalos más preciosos que Dios nos dio al crearnos a su imagen. Y no solo al crearnos, sino también al re-crearnos -el nuevo hombre en Cristo- Dios nos puso en una comunidad, la familia de la fe como lo llama Pablo.
La iglesia es un lugar de asilo, un cobijo en un mundo donde abundan los "sin techo" espirituales y existenciales que deambulan en busca de un sentido para su vida, un mundo donde cada vez más personas sienten una enorme necesidad de pertenecer y de ser amados.
El evangelio de Cristo es profundamente terapéutico por muchas razones, entre ellas porque nos da un profundo sentido de pertenencia. La convicción de que "somos un cuerpo en Cristo" y que pertenecemos a una nueva familia es un extraordinario antídoto contra la soledad porque genera un fuerte arraigo comunitario.
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