No hay mejor manera de familiarizarnos con el evangelio de Jesucristo que estudiando y conociendo la Epístola de Pablo a los Romanos.
Pablo desea enfatizar que el evangelio se centra en la persona y obra de Jesucristo. De hecho, tan central es Jesús al evangelio que es comprensible que algunos predicadores afirmen que “el evangelio es Jesús”, una persona, no una serie de doctrinas; y, por tanto, abrazar el evangelio es establecer una relación y un compromiso con Jesús como Señor y Salvador.
En su Epístola a los Romanos, Pablo quiere darnos el remedio de Dios para nuestra condición moral y espiritual. Pero antes, tenemos que entender que algo anda muy mal. Y, si nosotros no reconocemos nuestra enfermedad moral y espiritual, o si la diagnosticamos incorrectamente, nunca apreciaremos las buenas nuevas del remedio divino. Si creemos que estamos sanos, no admitiremos la visita del médico.
Estamos moral y espiritualmente enfermos, pero no se trata de una plaga o epidemia que nos ha caído encima. Más bien, nosotros mismos hemos contribuido activamente a colocarnos en esta condición. No solo estamos enfermos, sino que también somos responsables y culpables. Y esto tiene otra implicación muy seria: significa que Dios no actúa únicamente como nuestro médico que desea sanarnos, sino también como el árbitro o juez que tiene que juzgar nuestra culpabilidad. No estamos solamente en sus manos sanadoras, sino bajo su ira santa.
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