Cuando el creyente contemporáneo abre hoy el Nuevo Testamento, ya sea para su lectura personal-devocional, para participar en el culto sagrado o para un estudio bíblico, encuentra ante sí un texto que ha sido objeto de múltiples lecturas y discusiones a lo largo de los veinte siglos de historia del cristianismo, algunas incluso harto virulentas. La razón de tal apasionamiento estriba en el hecho de que los libros sagrados del Nuevo Pacto se escribieron con la clara finalidad de dar testimonio acerca de alguien que había nacido y vivido en principio como un israelita más, como un simple carpintero galileo, pero que había muerto y resucitado como Señor de todos los hombres conforme al propósito salvífico del Dios Eterno.
En las páginas de este libro aparecen autores antiguos y modernos, algunos más conocidos o renombrados que otros; católicos y protestantes; cristianos y judíos; creyentes de firmes convicciones y otros que podrían parecerlo menos; pero en todo caso, investigadores concienzudos que consagraron y siguen consagrando sus vidas en aras de una presentación más exacta, más histórica y más genuina de la figura y las enseñanzas de Aquél que desde una cruz de condenación trajo de una vez por todas la redención a todo el género humano.
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